lunes, 14 de diciembre de 2009

Despertando a la vida

Despertó sin memoria alguna, en una habitación ajena, una tarde oscura. El silencio retumbaba en las paredes que hasta ensordecía, se encontraba sola y parecía tan perdida. Caminó con los pies descalzos y el alma en pedazos hasta un rincón de la solitaria alcoba; tocaba todo con un misterio en la mirada que ni ella podía descifrar. Sentía un tremendo desconcierto que electrizaba su cuerpo hasta la desesperación que corrompía en un llanto sordo. No recordaba su nombre ni su rostro, sentía la tremenda duda carcomiendo sus miles de preguntas, no lograba concentrarse, era tan solo una figura sin rostro, sin identidad.

Decidió tomar una bata blanca colgada en el rincón de un armario olvidado y salir a caminar, quizás el reflejo de si lo encontraría arrumbado en las calles del misterioso aire campirano. La nieve en sus mejillas no parecía causarle sensación alguna más que incertidumbre. Ya sus amoratados e insensibles labios parecían corromper ante el temblor por el viento, una reacción humana ante la baja temperatura que parecía envolver la ciudad esa tarde. Descalza y sin sentidos siguió su camino sin rumbo, observando el hielo, contemplando lo absurdo. Caminaba y caminaba y no miraba atrás quizás por miedo o quizás seguridad.

Al rincón de la aparente taciturna ciudad se alcanzaban a percibir personas entre las casas, tétricamente todos en atuendos fúnebres y apacibles, todos encubiertos en el polvo blanco del frío. Ella se acercó con apatía y pasos trémulos, quizás con miedo; no lo sabía. Seguía muy perdida para comenzar a describir sentimientos. Entre la distraída multitud que parecía acorralar un edificio blanco, como todo en aquel lugar; caminó entre los fúnebres sollozos y lágrimas de papel hacia dentro de aquel lugar, quizás allá el frio no sería tan culminante.

Los pies desnudos lograron disfrutar de la calidez de la crujiente madera en la habitación y los pasos marchados sobre ella a través de los años se escuchaban como un estruendo desde los cimientos de un edificio con historia. Ella siguió caminando recorriendo la habitación, percatando la indiferencia de la gente hacia su extraña vestimenta, sin embargo, no le tomo importancia alguna; su prioridad era encontrarse.

Un sentimiento árido inundaba la habitación acaudalada, en plena actitud de cortejo un grupo de personas sollozantes se reunía a recordar, resumir, y superar. Entre cálidos pésames y vistazos al pasado, ella se confundía aún más; temía que en aquel lugar la llegasen a conmocionar más de las emociones que pudiese manejar, tan sólo dio un paso, luego dos, luego tres y por inercia siguió caminando hacía donde podría encontrar una respuesta, quizás una cara familiar; un reflejo de las memorias perdidas esa culminante mañana friolenta.

De un instante a otro, solo había nieve; y ella con el viento helado en la cara, las manos entumidas, el corazón destrozado, la bata tirada y los sueños robados se asomó a una caja de madera para encontrarse en el reflejo de un ataúd vacío; para descubrir que era ese repentino dolor en el pecho.

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