jueves, 25 de noviembre de 2010

Inmóviles

Después de cada duda, has logrado desnudar mis ojos de tal manera que es imposible esconderme. Derribaste con tu tacto, muros construidos por ambiciones del orgullo. Sólo tu sonrisa me sacó de un surco repleto de "quizás". Hechizo de tus caricias, en tus palabras y silencio.
¿Recuerdas aquella canción? La que escuchamos esa noche, tan llena de preguntas e inseguridades... Me recuerda a ti, la escucho diario, la pienso, la pinto con mis manos en tu pelo cuando estoy contigo. Ya no he sentido eso, sí eso, lo que me evitaba tenerte cerca; retraída por años dentro de un espejo de temores. He regresado a ser quien añoraba que conocieres, tímida, sensible y muerta de miedo. Temerosa de ti y de tu perfección, de ser poco merecedora, de ser muy poco, de perderte.
Pero esos ojos, tal profundidad de mirada ha calmado la tempestad. El frío, común de tus manos, esclarece los impulsos sofocantes de inseguridad. Forjas en mi vida, pasos nuevos, y en tus labios encontré la virtud de las palabras correctas en mi garganta; poesía frágil.
Desde la sombra a mi medio día, hasta el cabello de luna a tu media noche, me recorres por la mente, por el cuerpo, de la sonrisa hasta mis mareos inoportunos por no haber comido, por falta de ti en realidad. De mis venas surgen tus misterios encantadores que habitan en mi todo el tiempo.
¿Dudas? Quizás, pero no las de siempre. Preguntas de un mañana irrelevante que cuando compartimos un mismo cielo, ya no importan. Estar frente a frente, sin nada que decir, con ese instante inmóvil permanente en el recuerdo. Tan sólo para decirte con mis manos, con mi cuerpo, regalarte esa mirada y quitarte la idea de que un día me marcharé.