miércoles, 19 de agosto de 2009

Me voy, no pidas que regrese.

Hoy emprendo mi partida, sin un beso ni una despedida; creo que es mejor comenzar a caminar antes de que el amanecer ciegue mis caricias. Mis pasos entre el retumbe del concreto y la suela tan desgastada de mi calzado, opacan los gritos tras de mí, sollozos incalmables y lágrimas de angustia. Vaya sorpresa que llegaran dos que tres fulanos que dicen conocerme para despedirse, sinceramente creí o más bien esperaba que fuera un adiós mudo, sin eco que retumbase en tu puerta anunciando mi partida.
Te vi a los ojos para despedirnos, pero sinceramente no pude detenerme más de tres segundos con la mirada fija en tu adiós tan melancólico; por algo le tengo cierto rencor los ademanes de tristeza cuando dos personas se separan.
Tan solo llevo un morral lleno de memorias pues he decidido no cargar nada más que mis condenas, y que a los pasos, se esfumen en la caricia del viento en donde me encuentre.
Me voy, no me pidas que vuelva, será mejor que solo tengas el recuerdo de mi espalda erecta y mi cuello en alto en dirección contraria y que mi cuerpo no tenga rostro en tus visiones nocturnas.
¿Recuerdas aquella carta escrita con tinta fina y sobre papel caro? Creo que en alguna parte de mi equipaje la guarde por error, pero tan solo por equivocación. Dudo que en cualquier momento me sienta a leerla después de tanto estar arrumbada; las arrugas la han consumido casi por completo y la humedad ha hecho su trabajo corriendo gran parte de la tinta haciendo el texto casi irreconocible, por suerte la recuerdo. Cada letra y cada línea, como de mis propias manos.
No me pidas que regrese contigo, que tus manos me atarán de por vida en la interminable espera en la que prefiero ya no vivir. No me pidas que regrese a ti, por eso decidí partir, para fingir, para olvidar.