domingo, 21 de marzo de 2010

Con aires de Revolución

Eran las 6 de la mañana cuando tomamos el transporte colectivo hacia la capital. Llevaba puesta una playera con mi ídolo favorito en la parte frontal y un morral con la bandera bordada de un país liberado. Voy contemplando por el vidrio, las carreteras de mi ciudad, contemplando el sol madrugador que retumba en las colinas verdes de mi México. Al llegar a la ciudad, se sienten aires completamente diferentes, aires a gritos de súplica que son ignorados día con día.
Hemos llegado más temprano de la cita en el centro de la ciudad, y hemos decidido pasar a desayunar en un café bastante acogedor adyacente al lugar. Mi padre y mi abuela piden lo mismo, mientras que yo me conformo con un jugo de naranja, un pan ligeramente tostado inmerso en mantequilla y una alta dosis de café.
Observo a mi alrededor y me percato del tipo de gente que va entrando al café en donde mi abuela, mi papá y yo nos encontramos platicando sobre cine mexicano. Toda la multitud busca una respuesta, una esperanza de que el día de hoy tenga un nuevo significado en la historia de este país abandonado.
Llega la hora y caminamos por la avenida con el nombre del héroe del que hoy celebramos nacimiento. El color de mi país se va notando mientras más recorro estas calles, y el ambiente se va sintiendo con las fotos del Ché y de Zapata que tapizan en piso, o las banderas de liberación que se ondean por los aires y la música huasteca que habla de la siguiente revolución.
Mientras escucho las palabras quebradas de un pueblo enfurecido, de tanta injusticia, inseguridad, promesas rotas, esperanza muerta; puedo contemplar que las jacarandas encima de mí aún tienen sus ramas frondosas de ese follaje lila que tanto se aprecia en días soleados y que cuando caen tapizan las calles de un aroma tremendamente intenso y delicioso.
Quizas fue la mezcla de inconformidad, movilización, frustración y esas jacarandas, fue lo que me dio un poco de fe en que podría salvar a mi país. Con mi voz, ya se escuchaba con la ayuda de los demás que querían decir lo mismo, pero con miedo como yo a no ser escuchados.
Al fin encontré lo que vine a hacer, y que mi nacionalismo exacervado tenga un motivo y una destinación, junto a la lucha y la revolución.
De regreso a casa noté el anaranjado sol sobre las colinas, sabiendo que un día regresaría para quedarme.

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